martes, 25 de octubre de 2011

Nostalgia salvaje

Durante un largo tiempo temimos a la naturaleza, que no se organiza en manzanas, que no respeta el trazado de las calles. Pensamos que su dominio era el caos, por las formas asimétricas en que cada árbol crece, porque en la cadena alimenticia el animal más salvajemente hambriento está dispuesto a devorar a las criaturas inocentes. En el espesor de los bosques y las selvas las plantas nos rodean, intentan confundirnos para que jamás salgamos, como si supieran que estando exhaustos la muerte poco tardará en aparecer y con ella el lento proceso de descomposición que fertilizará sus extensiones... todas las plantas poseen un lado carnívoro.
La ciudad meticulosamente organizada nos conforta en sus leyes, en sus mecanismos de precisión, relojes, calendarios, sistema métrico, todo garantizado para que el pez pequeño no termine en la barriga del grande. Pero esto era en el país de la utopía, un país donde, según cuenta la fábula, un día venimos a nacer y la perfección se hizo carne, una carne llena de deformidades, en partes descompuesta y en partes aún sin desarrollarse, a la que los tumores le crecen como colinas. 
Después la ciencia de los hombres demostró la poca arbitrariedad de la naturaleza, por qué aquella planta crece aquí y no allá... y las instituciones que administraron esta ciencia fueron los auténticos territorios salvajes, donde las cosas se dividen en el "deber ser" y en el "ser". La civilización deforme hace una cerca alrededor de nosotros, nos rodea de suposiciones, incertidumbres, intuiciones de que cualquier empresa está condenada al fracaso. Avanza reclamando nuestra carne.

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