sábado, 29 de octubre de 2011

Halloween

Con frecuencia dudo de si quien camina de vuelta a casa por las noches soy yo. En las ventanas de los bares de Cowley Road el vaho desdibuja las siluetas. El ruido de las conversaciones, las copas chocando y esas ventanas medio empañadas me hacen pensar que dentro el calor humano será reconfortante, ahí las personas se arroparán unos a otros en franca amistad. Las universitarias, a quienes cada día las hacen más jóvenes, vienen de frente, algunas ya con los tacones en la mano, se toman del brazo y se vuelven más indestructibles, ni el frío que se mete por debajo de sus faldas las detiene. Otras me rebasan y sus piernas jamás pierden el equilibrio no importa cuán rápido vayan... hay tanta prisa por llegar a la noche. Sin importar cuánto frío esté haciendo, las terrazas celebran sus fiestas de disfraces, una momia de papel higiénico recuenta los invitados de su lista. Todos tienen la prisa por llegar, alguien al lado con quién charlar, el disfraz poco trabajado... la vida se muestra tan intensa que casi adquiere densidad.

Yo también llevaba disfraz esta noche, anduve de fantasma.

jueves, 27 de octubre de 2011

Disociación

Antes era la lengua, ahora se trata de los dedos... en el fondo una parte de nuestra anatomía está siempre adelantándose a la consciencia. No es el caudal de la libre asociación de ideas, del flujo de la palabra emergido del subconsciente... es la prisa por ya ni siquiera movernos a la misma velocidad en que van todas las ideas de la tierra, queremos desafiar a la luz, despedir palabras como neutrinos, decir lo que sea antes que nadie y con absoluta lucidez.

Si mi memoria no alcanza para armar un argumento, establecer un símil, realizar la cita apropiada, que expresen mis dedos la sensación que vibra en mis huesos. Pero incluso mi médula, donde más hondo cala el universo, requiere su tiempo para ella misma verificar que en efecto está sintiendo, que está siendo removida. Y si mi vanidad tanto desea ir por delante de ella, la verdad emanada mis dedos vendrá prefabricada, expresará aquello que imagino siente, intentando equiparar mis percepciones con lo que intuyo será la percepción común, cargada de clichés y de prejuicios. Llegado el momento, mi médula desatendida dejará de vibrar, la parte reflexiva de mis percepciones quedará entumecida. Cuando diga lo que siento y lo que pienso será un mero acto de fingimiento, un intento desesperado por convencerme de que aún soy un ser impresionable.

martes, 25 de octubre de 2011

Nostalgia salvaje

Durante un largo tiempo temimos a la naturaleza, que no se organiza en manzanas, que no respeta el trazado de las calles. Pensamos que su dominio era el caos, por las formas asimétricas en que cada árbol crece, porque en la cadena alimenticia el animal más salvajemente hambriento está dispuesto a devorar a las criaturas inocentes. En el espesor de los bosques y las selvas las plantas nos rodean, intentan confundirnos para que jamás salgamos, como si supieran que estando exhaustos la muerte poco tardará en aparecer y con ella el lento proceso de descomposición que fertilizará sus extensiones... todas las plantas poseen un lado carnívoro.
La ciudad meticulosamente organizada nos conforta en sus leyes, en sus mecanismos de precisión, relojes, calendarios, sistema métrico, todo garantizado para que el pez pequeño no termine en la barriga del grande. Pero esto era en el país de la utopía, un país donde, según cuenta la fábula, un día venimos a nacer y la perfección se hizo carne, una carne llena de deformidades, en partes descompuesta y en partes aún sin desarrollarse, a la que los tumores le crecen como colinas. 
Después la ciencia de los hombres demostró la poca arbitrariedad de la naturaleza, por qué aquella planta crece aquí y no allá... y las instituciones que administraron esta ciencia fueron los auténticos territorios salvajes, donde las cosas se dividen en el "deber ser" y en el "ser". La civilización deforme hace una cerca alrededor de nosotros, nos rodea de suposiciones, incertidumbres, intuiciones de que cualquier empresa está condenada al fracaso. Avanza reclamando nuestra carne.

lunes, 24 de octubre de 2011

Love's not time's fool

Menudos hipócritas estamos hechos. Si el venerable anciano festeja sus bodas de oro y dice "Estoy tan enamorado de mi mujer (otra venerable anciana) como el primer día" todos en la sala suspiran, aplauden y enjugan alguna lagrimita.  Nadie se levanta y dice "Pero el enamoramiento solamente dura dos años, a lo sumo tres. ¿No será que usted acaso está a gusto con tener quién le planche las camisas y confunda el amor con la comodidad?" No, esa idea no pasa por las cabeza de nadie. El caballero es un hombre excepcional, si lo dice será porque es cierto. 

Ahora vengo yo y te digo "Sí, terminó conmigo hace cinco años, pero lo sigo queriendo, como el primer día." Entonces el psiquiatra me escribe en el volante "trastorno adaptativo", el psicólogo me dice que, como todo mal hábito, me lo podré quitar "porque el enamoramiento no dura mas que dos años, tres a lo sumo". La mitad del mundo tiene sus propio diagnóstico: es un defecto de carácter, obstinación, falta de voluntad para probar cosas nuevas, falta de sexo, falta salir de fiesta, falta irte de viaje, falta, falta, falta... A la otra mitad mejor ni contárselo. Quienes mejor harán serán aquellos que olímpicamente pasen de la confesión. 

Vale, entonces me busco en Wikipedia qué es eso del trastorno adaptativo. Me voy a la farmacia a buscar un parche. Los hay para dejar de fumar, no para dejar de amar... me cachis. Igual y podría inscribirme en el programa de los 12 pasos, pero para seguirlo los alcohólicos, los drogadictos, los tragones, tienen que dejar su mal hábito y luchar con él cada día. Yo sigo buscando la forma de dejar de amar. Las fiestas no han estado mal, las libaciones tampoco, el cigarro estuvo bien por un tiempo. De los candidatos a ocupar el centro de mi corazón, casi que mejor ni hablar porque ninguno sale bien parado. Para mi buena suerte ellos tampoco hablan de mi, porque seguro que en su versión de los hechos tampoco soy una blanca paloma así que, por respeto mutuo, llevemos la fiesta en paz.

Hay veces en que paso semanas sin pensar en él, me absorbe la vida, el afán, la enfermedad, el propio frío. En algún punto mi mente se tropieza otra vez con él y pienso "cuánto lo quiero". Otras veces hago la maleta y me voy tan lejos como puedo, al otro lado del mundo, a otra isla. Y uno de esos días me voy a la cama, apago la luz y pienso "cuánto lo quiero". Claro, también tengo mis ratos en que lo odio profundamente, con un odio igualmente irracional, como el de quien siente sus territorios invadidos. Después el odio se apaga y pienso...

En verdad ¿Somos los seres humanos tan mezquinos que si no recibimos tanto o más de lo que damos entonces nuestros afectos se deterioran y al final se apagan? Si yo consigo vivir conmigo misma ¿No pueden hacer lo mismo aquellos que están afuera?

"El enamoramiento dura dos años, a lo sumo tres." Rebusco en la literatura científica y no encuentro un buen contra argumento. Solamente un soneto que dice algo como "El amor no es la burla del tiempo". No lo dije yo, lo dijo Shakespeare, y esta es la única respuesta que os puedo brindar. Haced con ella lo que os plazca.

domingo, 23 de octubre de 2011

Laundry service

La primera idea que me venía a la mente cuando hablaba de lavanderías eran Maddie Hayes y David Addison bailando en una lavandería 24 horas. En Oxford, si quieres conocer el pasado te vas al Ashmolean, si quieres conocer la naturaleza te vas al Museo de Historia Natural y si quieres hacer un poco de espeleología antropológica te vas a la lavandería.

La lavandería es como un limbo, todos los que recién llegan, los que están de paso, van a parar ahí... mientras mi ropa da vueltas en la lavadora me gusta pensar que estoy rodeada de los parias de la tierra. Es la torre de Babel del barrio. Una vez un irlandés me exhortó a echarle huevos y vaciar las secadoras que hacía mucho habían terminado su ciclo pero nadie venía a recoger las prendas. El irlandés parecía cabreado, en realidad no lo estaba, simplemente llevaba la razón y su lección de vida fue invaluable.

También se puede ser testigo de la bondad de los hombres, como aquella vez que alguien me cambió el billete de 5 libras por monedas ¿De verdad, al hombre no le hacía falta ese cambio para poder emprender otros ciclos de secado? No lo sé, pero su gesto fue tan desprendido que no pareció importarle el futuro, solamente la posibilidad de brindar ayuda.

Hay aspectos claros, que cuando se lava la ropa siempre hay algo que se queda sin lavar: lo que uno lleva puesto. Aún así me pareció curioso hace un par de semanas ver a una chica con un vestido bastante elegante y tacones llevando el resto de sus prendas a lavar. No, no venía de ninguna fiesta, seguro que era lo único que le quedaba limpio en el guardarropa.

Sin haberlos visto nunca se puede diferenciar claramente quién es novato y quién lavador senior. Los que por primera vez visitan este mundillo depositan temblorosos las monedas en la máquina, administran mal el detergente y olvidan limpiar el filtro de la secadora. Serán las gafas, serán los años enseñando pero cada vez que estoy ahí alguien se acerca a preguntarme si soy empleada, si puedo enseñarles a usar las máquinas, o todavía mejor, enseñarles a lavar, el concepto de detergente, de prelavado, suavizante, separación de la ropa. Me gusta ser útil, además de que aquí practico mis máximas vitales, que el conocimiento no es propiedad de nadie, nuestra obligación moral es transmitirlo y no debe negarse.

En ocasiones no puedo mirar a la gente, mi mente permanece hechizada por el movimiento circular de las prendas, las salpicaduras del agua, como espuma de mar, sobre la puerta, los ritmos y vibraciones de la máquina. Es una especie de hipnosis, debilidad por las pantallas, fascinación mecánica... no lo sé, yo también soy parte de este espectáculo que cada quince días montamos nosotros, la humanidad.

sábado, 22 de octubre de 2011

Este es mi laberinto y este mi minotauro

Un día volveré la vista atrás y pensaré en todos los príncipes de la tierra. Pensaré en aquella época en que intentaba estar en todas partes, tocando todas las puertas posibles esperando a que una de ellas se abriera casualmente, invitándome a a disfrutar de mi principado particular. No sé si seguiré tan escéptica, como ahora, sobre la economía del tiempo, si es humanamente posible ir de palabra en palabra hasta terminar una novela, una biblioteca entera.
Seguro que me acordaré de aquellas veces en que me he puesto en la fila, esperando encontrar al final de ella la ventanilla para rellenar el impreso que te lleva a la grandeza. Y encontrar que era simplemente la cola del paro, un pequeño salvoconducto de 30 días para hacer con ellos lo que sea, o más bien, lo que se pueda.
Puede que al final una de las puertas se abra desde dentro y en una capilla tengan ya mis acólitos preparado el nicho, o puede que un meteorito se estrelle contra la tierra y sin mayor dilación acabe con todo, catedrales, iglesias, capillas y panteones de hombres ilustres. Tal vez al final todo haya sido para nada... pero hoy, pero en este momento, no consigo descifrar esos laberintos que te ponen delante de las puertas. Me doy de golpes una y otra vez delante de los muros, obstinada en creerme un fantasma capaz de traspasar las paredes. Doy media vuelta y encuentro una pared muy similar, la misma. Escalo como puedo para tener una perspectiva desde arriba: el laberinto es viscoso y se repliega sobre si mismo estrechando sus pasillos, su forma muy parecida a la de mi cerebro.