domingo, 23 de octubre de 2011

Laundry service

La primera idea que me venía a la mente cuando hablaba de lavanderías eran Maddie Hayes y David Addison bailando en una lavandería 24 horas. En Oxford, si quieres conocer el pasado te vas al Ashmolean, si quieres conocer la naturaleza te vas al Museo de Historia Natural y si quieres hacer un poco de espeleología antropológica te vas a la lavandería.

La lavandería es como un limbo, todos los que recién llegan, los que están de paso, van a parar ahí... mientras mi ropa da vueltas en la lavadora me gusta pensar que estoy rodeada de los parias de la tierra. Es la torre de Babel del barrio. Una vez un irlandés me exhortó a echarle huevos y vaciar las secadoras que hacía mucho habían terminado su ciclo pero nadie venía a recoger las prendas. El irlandés parecía cabreado, en realidad no lo estaba, simplemente llevaba la razón y su lección de vida fue invaluable.

También se puede ser testigo de la bondad de los hombres, como aquella vez que alguien me cambió el billete de 5 libras por monedas ¿De verdad, al hombre no le hacía falta ese cambio para poder emprender otros ciclos de secado? No lo sé, pero su gesto fue tan desprendido que no pareció importarle el futuro, solamente la posibilidad de brindar ayuda.

Hay aspectos claros, que cuando se lava la ropa siempre hay algo que se queda sin lavar: lo que uno lleva puesto. Aún así me pareció curioso hace un par de semanas ver a una chica con un vestido bastante elegante y tacones llevando el resto de sus prendas a lavar. No, no venía de ninguna fiesta, seguro que era lo único que le quedaba limpio en el guardarropa.

Sin haberlos visto nunca se puede diferenciar claramente quién es novato y quién lavador senior. Los que por primera vez visitan este mundillo depositan temblorosos las monedas en la máquina, administran mal el detergente y olvidan limpiar el filtro de la secadora. Serán las gafas, serán los años enseñando pero cada vez que estoy ahí alguien se acerca a preguntarme si soy empleada, si puedo enseñarles a usar las máquinas, o todavía mejor, enseñarles a lavar, el concepto de detergente, de prelavado, suavizante, separación de la ropa. Me gusta ser útil, además de que aquí practico mis máximas vitales, que el conocimiento no es propiedad de nadie, nuestra obligación moral es transmitirlo y no debe negarse.

En ocasiones no puedo mirar a la gente, mi mente permanece hechizada por el movimiento circular de las prendas, las salpicaduras del agua, como espuma de mar, sobre la puerta, los ritmos y vibraciones de la máquina. Es una especie de hipnosis, debilidad por las pantallas, fascinación mecánica... no lo sé, yo también soy parte de este espectáculo que cada quince días montamos nosotros, la humanidad.

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