martes, 15 de septiembre de 2009

Pesadilla macbethiana

Hace tiempo, no recuerdo cuánto, llegué del super con seis botellas de cerveza y las puse en la nevera. A los pocos días, cuando todavía no había tenido oportunidad de extraer el sagrado néctar de aquellos palacetes de cristal marrón, las amígdalas se me pusieron del tamaño de la cúpula del Capitolio. No sé si el médico se confundió acaso porque los antibióticos que me recetó más bien saben a raticida. Entonces fue necesaria una reestructuración de la nevera, que el pimiento rojo cediera su espacio a las natillas y cuidar que las rejillas no se vinieran abajo por causa de los zumos. Replegué mis seis cervezas contra el fondo de la nevera... la luz coqueta hacía resplandecer sus corcholatas doradas.

Hoy por la mañana, después de disfrutar el exótico cocktail a base de raticida, destapacaños y cianuro (hoy que mis amígdalas apenas alcanzan el tamaño de las pelotitas ping-pong), he abierto la puerta de la nevera y constatado con terror que las botellas han avanzado tres centímetros, separándose considerablemente del fondo. El bosque de cervezas avanza contra mi por la alta colina de Dunsinane, el ejército del jóven Malcom (no nacido de mujer) prepara el ataque... Blow wind, come wrack!