sábado, 7 de noviembre de 2009

El universo T.céntrico

Estar a la una de la mañana en el messenger no representa demasiada deshora. La red acorta las distancias y siempre, en alguna parte del mundo, es una hora apropiada para el intercambio de bits, una práctica económica y gratificante. Para la gloria de los santos la verbalización es suficiente como para construir una catedral con un movimiento hábil de dedos que se deslizan por el teclado, una música personal, el tec-tec-tec que arrulla mis sueños.

Pero tener a T. en línea es un hecho sorprendente y todavía más a estas horas. No voy a hacerme la dura, pero sinceramente no me costó más que veinte minutos borrar a T. de mis listas de "polvos disponibles", "pláticas interesantes" y "llamar en caso de secuestro"... de eso ya hacía cosa de dos meses. Lo digo porque no me hubiera remordido en ningún momento la conciencia cortar la conversación para dedicarme a mis responsabilidades nocturnas, permaneciendo on-line y sin siquiera sacar el cartelito de "no disponible". Pero ante el deber mi maldad terminó imponiéndose... siempre he sido una bruja y jamás lo he negado. Observaba entonces, muy entretenida, cómo T. escribía y borraba su mejor intento por volver a colocarse en la lista de "polvos disponibles". El messenger es una cosa muy indiscreta, un lapicito te va indicando cuando el interlocutor escribe, se detiene, borra, vuelve a empezar. Ante un especímen tan agoviado ¿qué puede hacer uno? Pues prepararse unas palomitas y disfrutar de la función.

T. dice que su lado oscuro me asustaría, que tiene muchas perversiones. Y conociendo yo las mías, me imagino si las de él incluirán machos cabríos, violación de vírgenes o profanación de tumbas... la verdad es que no me interesa averiguarlo, aunque el pobrecín se muere por contarme. Siempre que hablo con T. me quedo con la sensación de que las paredes se estrechan y no hay sitio ni para mi nariz. A veces intenta hacer conmigo de Pigmalión... sé que debería sentirme ofendida, pero su ingenuidad me mueve a la compasión. Sin pedirlo, me da una serie de razones ya bastante conocidas de por qué no puede acostarse conmigo... supongo que a quien intenta convencer es a sí mismo, lo he dejado ser. Luego me pone a prueba, me pide que le convenza de que yo soy la mujer de su vida, pero yo ya estoy convencida de que no lo soy. Después me adoctrina, me da su bendición y se marcha. Al final he creado una lista de contactos exlcusivamente para él denominada "Se niega a verme porque no sé sacar conejos de la chistera".