domingo, 10 de enero de 2010

Nieva

Dentro del Café de Oriente volvieron a sonar conversaciones que desde hacía cincuenta años no habían vuelto a ver la luz. Mientras nuestras tazas de café se vacían, afuera la suave caída de la nieve va formando, poco a poco, una alfombra blanca para darnos la bienvenida a una infancia que nunca tuvimos. (Sospecho que Toño, aprendiz de invocador de lluvia, algo habrá fallado en el ritual: desde su llegada no hemos tenido más que nieve de todos los espesores).
Diminutos besos se posan con suavidad en mis cabellos, en mis guantes, se apelmazan en el suelo y se pegan a mis botas. Y tengo ganas de dar vueltas y convertirme en estatua de hielo, de que la estampa detenga el tiempo, de que sea perpetuo este sentimiento de soledad desgajado copo a copo por la noche.

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